Durante más de cien años la relación entre literatura y cine ha sido siempre más que estrecha, siendo el pionero de esta unión el director francés Georges Méliès. De hecho, durante décadas, el debate sobre si era mejor la obra original o la adaptación ha permanecido como invitado de honor en infinitas tertulias, tanto literarias como cinéfilas.
Mencionarte que en esta serie de artículos intentaré profundizar en ese vínculo que dura más de cien años. Haré todo lo posible para difuminar la línea fronteriza entre el libro y su hermano de la pantalla grande. Sin embargo, no verás sentencias sobre si una versión destaca sobre la otra, dado que es algo que le corresponde a cada uno determinar si su favorita es una, ninguna o todas a la vez.
Mi postura suele ser la de disfrutar todo lo posible de cada una de las versiones de un mismo trabajo. Estén mejor o peor construidas, gocen de un mayor o menor acercamiento al original, sin duda el poder apreciar las diferentes visiones que han ofrecido sus creadores de una obra en concreto, siempre es interesante y toda una suerte.
EL HOMBRE ELEFANTE
En esta primera tentativa, como has podido apreciar, conoceremos parte de la vida de Joseph Merrick y del doctor Frederick Treves. La historia fue llevada al cine por David Lynch en un intenso blanco y negro. Y, tal y como dice un pequeño texto aclaratorio en los créditos iniciales, tanto el propio Lynch como Christopher de Vore y Eric Bergren, basaron su guion para la película en dos libros.
Por un lado, tenemos The Elephant Man and Other Reminiscences (El hombre elefante y otras reminiscencias, 1923) de sir Frederick Treves. Una autobiografía en la que narra, entre otras cosas, sus vivencias con Merrick. Por otro, The Elephant Man: An Study In Human Dignity (El hombre elefante: Un estudio de la dignidad humana, 1971), escrito por el antropólogo Ashley Montagu, aunque se matiza que únicamente utilizaron una parte de este último.
Por mi parte, descubrí la película gracias a un amigo, y ni qué decir tiene que después de verla me interesé todavía más por la vida de los dos pilares protagonistas, además de algún que otro secundario ilustre de la época. Sin embargo, a pesar de que la dificultad de encontrar el texto por internet era mínima, y su longitud no era excesiva, el inglés sigue siendo una cuenta que tengo pendiente.
EL HALLAZGO
Pero he aquí que me encontré con una grata sorpresa en mi búsqueda. Por suerte, una editorial elaboró un ejemplar maravilloso que lleva por título un sencillo y directo El hombre elefante (2019), en el que estará basado este artículo. La editorial al cargo es Pregunta Ediciones, que ha creado una edición deliciosa. Traducida y prologada por David Francisco reúne, no sólo el relato completo del doctor Treves sobre la vida de Joseph Merrick, sino también material extra como la autobiografía del propio Merrick, informes médicos o las cartas al The Times por parte del director del London Hospital, entre otros.
Para este artículo también nos apoyaremos en estos textos que, en definitiva, son trascendentes para comprender mejor la vida del Hombre Elefante y de aquellos que le rodearon. Además, todo está contenido en un volumen bilingüe, para poder tener en un solo lugar, tanto la versión en castellano como la original en inglés. Por desgracia, por más que he buscado, del manuscrito de Montagu no existe, a día de hoy, edición en castellano. Quizá algún día.
Por último, quería decirte que, a lo largo del texto, te encontrarás con algunos fragmentos extraídos del libro. Todos y cada uno de ellos irán entrecomillados para que no haya ningún tipo de pérdida o confusión. Y al final del artículo, tendrás la referencia bibliográfica completa.
CONOCIENDO A FREDERICK TREVES
Frederick Treves nació en la localidad inglesa de Dorchester en 1853. Durante su infancia aprendió el dialecto de Dorset, bajo el amparo del poeta William Barnes. A los veintidós años aprobó los exámenes necesarios para ingresar en la Universidad Real de Cirujanos.
Vinculó su vida como médico al London Hospital, donde se especializó en cirugía abdominal. De hecho, fue el primer cirujano en realizar una operación de apendicitis en Inglaterra. Precisamente, años más tarde, conseguiría salvarle la vida al rey Eduardo VII, gracias a su tratamiento quirúrgico.
Dos años más tarde de ser nombrado Cirujano Extraordinario por la reina Victoria, en 1884 se cruzó, por primera vez, en la vida de Joseph Merrick. Conocido como el Hombre Elefante, estaba siendo exhibido en una suerte de circo ambulante por el showman Tom Norman. Desde que le conoció, Treves puso todo su empeño en ayudar a Merrick, primero para intentar solucionar sus problemas de salud y, posteriormente, a que su vida fuese de la mejor calidad posible.
Además de la publicación del ya mencionado El hombre elefante y otras reminiscencias (1923), su literatura también quedó plasmada en numerosos artículos para la Revista Médica Británica, en libros sobre Dorset y en textos como Manual del estudiante de operaciones quirúrgicas (1892). O, como menciona David Francisco en el prólogo de El hombre elefante:
(…) el curioso volumen Influencia de la ropa en la salud, que denunciaba las consecuencias perjudiciales que podía tener sobre el cuerpo llevar ciertas prendas de la época, especialmente femeninas (corsés, tacones…)”.
CONOCIENDO A JOSEPH MERRICK
Joseph Carey Merrick nació en Leicester el 5 de agosto de 1862. Durante su infancia, la vida de Joseph Merrick transcurrió en un hogar que le quería tal y como era. Sin embargo, la prematura muerte de su madre, Mary Jane Merrick, rompió aquel clima de bienestar. Tal y como cuenta David Francisco:
“El recuerdo que de su madre mantuvo Joseph durante toda su vida fue un bálsamo en los momentos más duros”.
Con el tiempo, su padre conoció a una mujer que le trató tan mal que estuvo, en varias ocasiones, a punto de marcharse para siempre. El muchacho fue de aquí para allá en varios trabajos, pero tuvo que abandonar algunos dados los problemas físicos que arrastraba. Tras ser acogido por su tío, Charles Merrick, y sintiéndose una carga, se fue y buscó refugio en un hospicio. Allí comenzó a experimentar los peores tragos de la vida, con una sólida disciplina, trabajos fuertes tales como “desenredar estopas de cáñamo, moler trigo, cortar leña, tareas de lavado y limpieza…”.
En 1884, “llegó a oídos de Merrick que un empresario de espectáculos de circo, Sam Torr, buscaba nuevos números y fenómenos para exhibir”. Quizá viese en esto una oportunidad para poder ganarse la vida y eludir definitivamente el maldito hospicio de Leicester. Según se pudo saber con posterioridad, “hubo empresarios que trataron a Merrick con gran respeto y se preocuparon de su alimentación y cuidado”. Finalmente, Treves conoció al Hombre Elefante en el local de Tom Norman, último propietario del fenómeno.
LA ÓRBITA DE JOSEPH MERRICK
Además del doctor Treves, hubo otras personas que fueron tremendamente importantes en la vida de Joseph Merrick. Uno de ellos fue Carr Gomm, el director del London Hospital, lugar donde trabajaba Treves y donde el muchacho pasó los últimos años de su vida. Gomm fue el encargado de enviar varias misivas al periódico The Times para contar el caso del Hombre Elefante y solicitar ayuda económica a los lectores, cosa que logró con creces.
Por otro lado, tenemos a la actriz Madge Kendal, de la que hablaremos más adelante en un apartado propio. Simplemente comentar de ella que, en la película, tiene un encuentro precioso con Merrick en el que recitan un diálogo de Romeo y Julieta. Kendal, tiempo después de la biografía de Treves, escribió la suya. Ni qué decir tiene que, por supuesto, habló sobre su experiencia alrededor de la vida del Hombre Elefante.
Por último, las enfermeras que le atendieron durante su estancia en el hospital. Al principio, tal y como comprobaremos, con más temor que otra cosa. Sin embargo, poco a poco se acomodaron a su presencia, su forma de ser, hasta convertirse en un paciente más. Las enfermeras incluso participaron en alguna que otra salida del centro para poder ayudar a que Merrick pudiera cumplir uno de sus deseos primordiales.
DETRÁS DE LAS CÁMARAS
LA VISIÓN DE DAVID LYNCH
Sobre el director y músico estadounidense podríamos contar infinidad de cosas, aunque hay una que enamora y genera odios a partes iguales: su forma de dirigir. Pero, sin duda, el que debió quedar impactado por su manera de mostrar historias fue Mel Brooks que, tras un pase privado de Eraserhead (1977), acudió para ofrecerle dirigir El Hombre Elefante (1980).
Es curioso cómo el señor Brooks hizo todo lo posible para que su nombre no apareciera durante la promoción de la película. Al parecer, quería evitar que sus seguidores la relacionaran con una comedia. Y fue entonces cuando, de la unión de un cómico y un director novato (en cuanto a largometrajes se refiere), surgió una de las historias más hermosas jamás filmadas.
El elenco principal está compuesto por sir Anthony Hopkins (Gales, 1937), quien interpreta al doctor Frederick Treves. Y quien se introduce en la vida de Joseph Merrick es un irreconocible John Hurt (1940-2017), oculto bajo todo el maquillaje destinado a crear el personaje. De hecho, su trabajo recibió varias nominaciones en 1981, incluida la del Óscar al Mejor Actor y la del BAFTA en la misma categoría, el cuál finalmente consiguió.
Como anécdota decir que el Premio de la Academia al Mejor Maquillaje fue creado, de forma oficial, a raíz de la película de Lynch. Fue así debido a que, en la década de los 60, hubo hasta dos películas que lo recibieron de forma especial y muy específica. Con El Hombre Elefante las quejas fueron tan sonoras, que no les quedó más remedio que dar el salto para que todos los artistas del maquillaje pudieran ser valorados por sus trabajos.
EL MANEJO DEL TIEMPO
La película juega con el tiempo, aprovechando que el relato original no lleva a cabo una narración cronológica sobre la vida de Joseph Merrick. Podría decirse que sigue un patrón guiado por la memoria, de manera que los acontecimientos quedan plasmados a medida que esta los va liberando. Esto provoca que el momento en que Merrick es llevado fuera de Londres suceda casi al final del metraje.
Sin embargo, en el libro, esta parte tiene lugar justo después de que Treves realice los informes del Hombre Elefante. Es decir, al poco de encontrarse con él por primera vez. Desde ese momento, hasta su próximo encuentro, pasarán dos años. Eso sí, tanto en el libro como en la película, sufre a manos de su dueño en el circo.
Aquí el relato nos cuenta que “el empresario, después de robarle a Merrick sus miserables ahorros, le dio un billete para Londres y lo dejó en el tren”. En cambio, Lynch muestra una escena bellísima en la que sus compañeros del circo le sacan de la jaula donde estaba encerrado y lo transportan para que pueda regresar a Londres.
LA MADRE DE JOSEPH MERRICK
La primera imagen de la película son dos ojos, seguidos de unos labios en un retrato. Al momento, su rostro cambia mientras contempla una hilera de elefantes. Los rasgos pertenecen a una mujer, que sufre un accidente en el que se ve involucrado uno de los animales. Lynch nos ofrece, a través de su particular visión, la historia que el showman, Tom Norman, relataba a los espectadores sobre el origen del Hombre Elefante. De hecho, la autobiografía de Merrick cuenta esa misma historia:
La deformidad que ahora exhibo fue provocada por el susto que un elefante le dio a mi madre. Ella paseaba por una calle en la que había un desfile de animales con gran multitud de gente mirando y, desafortunadamente, la empujaron bajo las patas del elefante, algo que la asustó mucho. Al ocurrir esto durante su embarazo, se produjo mi malformación».
Una acongojante escena, al más puro estilo Lynch, en el que la mujer sufre bajo las pezuñas del mamífero. Al ser una historia contada como añadido al fenómeno bajo la carpa podría carecer, a todas luces, de cualquier verosimilitud. Sin embargo, creo que Lynch aprovechó a la perfección el que pretendiera ser sólo eso, un disfraz, para vestir el arranque de la película con un halo de ensoñación. Finalmente, de una espesa niebla, surge el llanto de un niño, dando origen a la vida de Joseph Merrick.
Treves menciona que los padres habían abandonado a Merrick al ver su aspecto. Pero, tal y como describe David Francisco:
“Hoy sabemos que creció en un hogar cálido y amable (…) Pero este ambiente se truncó con la prematura muerte de su madre”.
Lynch se valió de esta verdad, para dejar constancia en la película, que la madre de Merrick era reverenciada y bien recordada por su hijo.
JURAMENTO HIPOCRÁTICO
LA BÚSQUEDA DEL FENÓMENO
Anthony Hopkins encarna al doctor Frederick Treves, que atraviesa una parte de la ciudad plagada de tiendas y locales. Hay atracciones por doquier, sobre todo de las relacionadas con fenómenos de circo y gabinetes de curiosidades. Siguiendo a un agente de la autoridad, que posteriormente clausuraría la atracción, localiza un enorme cartel que se muestra tal y como lo describe en su relato:
Pintado en la lona, con colores primitivos, había un retrato a tamaño natural del Hombre Elefante. Tan cruda reproducción mostraba un espantoso engendro que sólo habría sido posible en una pesadilla. (…) La transfiguración no estaba muy avanzada, aún había más del hombre que de la bestia. Este hecho —que todavía siguiera siendo humano— era el atributo más repelente de la criatura.
Sin duda, después de leer las primeras líneas del relato de Treves, podemos observar que la película se beneficia de la inteligencia y de la memoria del doctor, aprovechando la esmerada descripción de todo cuanto vivió. La iluminación, aquello que encontraba a su alrededor, los pormenores de los objetos.
Sin ir más lejos, en la escena en la que Treves se encuentra con el dueño de Merrick, este accede a llevar al doctor por las sombrías paredes de su tienda. En su primer encuentro, Treves nos habla de “una figura encorvada, agazapada en un taburete y cubierta por una manta marrón”. Aun con la ausencia de color en el metraje, las circunstancias en las que el encuentro está envuelto, la luz, el ambiente del que surge, quedan patentes en todo momento.
OBSERVANDO A JOSEPH MERRICK
Todos los que disfrutamos de los libros y el cine sabemos lo realmente difícil que puede ser, en ocasiones, saltar de un lenguaje a otro. Sin embargo, las descripciones de Treves en su narración son la piedra Rosetta perfecta para Lynch, que aprovecha hasta el más mínimo detalle. No debemos olvidar que, como médico que era, la observación y la descripción de aquello que apreciaba era esencial en su trabajo, en una época en la que había mundos enteros por descubrir en el ámbito de la medicina.
No solo se limita a plasmar todos esos elementos, sino que también da forma a las emociones que fluyen por los personajes. Sin ir más lejos, en el momento en que Treves observa la figura del Hombre Elefante, una lágrima recorre su mejilla. Todo un caudal de sentimientos encontrados, como son el de lástima, pena o sorpresa, resumidos en una de las emociones más básicas del ser humano: llorar.
Otra característica es la vestimenta que cubría al muchacho para ocultarse. Pero, como médico, y en ese momento profesor de Anatomía en la Facultad de Medicina, Treves quería examinarlo en el hospital. En su relato menciona parte del problema que había hecho mella durante toda la vida de Joseph Merrick, que era el de no poder pisar las calles y mostrarse ante el público:
Habría sido asaltado por la multitud y detenido por la policía. (…) Sin embargo, tenía un disfraz que era casi tan sorprendente como él mismo. Consistía en una larga capa negra que llegaba hasta el suelo”.
EL FAVOR DE CARR GOMM
Tras los dos años en los que estuvieron separados, Treves regresó al London Hospital con Merrick, al que le buscó acomodo en una sala del ático. El propio doctor deja claro lo siguiente:
Fui responsable de una irregularidad al admitir tal caso, porque el hospital no era un refugio para enfermos crónicos, excepto aquellos que requerían tratamiento (…) y Merrick no necesitaba tal tratamiento”.
Merrick era un paciente que no tenía solución médica a sus problemas, pero aún podía ofrecerle calidad de vida.
Aquí entró en escena otro personaje que mencionamos al principio, y que fue crucial en la vida de Joseph Merrick: el señor Carr Gomm, director del London Hospital. Después de acceder a la petición de Treves de hospedarle en la entidad, decidió escribir una carta al periódico The Times, hablando del Hombre Elefante y solicitando dinero para mantenerlo. La respuesta fue tan buena, que lograron reunir tanto dinero como para que no tuviera que preocuparse durante el resto de su vida.
UN HOGAR PARA JOSEPH MERRICK
Ambos sabían que Merrick no debía volver al mundo exterior. Le privarían de un lugar que no había sido bondadoso con él para ofrecerle, a cambio, otro más amable. Aquel muchacho había sufrido suficiente, y llevaba una pesada carga que pretendían aligerar lo máximo posible. Por eso, con el paso del tiempo consiguieron que se instalara en un lugar más grande, en la planta baja del hospital:
Convertimos la habitación delantera en una sala de estar y la estancia más pequeña en un baño (…) Merrick tenía ahora algo con lo que nunca había soñado, jamás supuso que le sería posible tener un hogar propio para toda la vida».
Poco a poco se aventuró a abandonar su nuevo hogar hacia un patio donde no podía ser visto, llamado Bedstead Square, que era donde depositaban las camas para poder limpiarlas. Alguna que otra vez, incluso “podía salir después del anochecer, y en las noches agradables se aventuraba a dar un paseo por Bedstead Square, vestido con su capa negra y su gorra”. Treves comenta también que ”su mayor aventura fue en una noche sin luna, cuando caminó en soledad ida y vuelta hasta el límite del jardín del hospital”.
PERSONA FRENTE A PERSONA
LA INTELIGENCIA DEL HOMBRE ELEFANTE
Debido a la dificultad para expresarse, además de los problemas que tenía en sus miembros para tratar de ayudarse a la hora de hablar, Treves menciona en sus escritos que llegó a pensar que Merrick no poseía apenas inteligencia:
Supuse que Merrick era imbécil (…) Mi convicción fue, sin duda, alentada por la esperanza de que su intelecto fuera el vacío que yo imaginaba”.
Por sus palabras, a priori tan gruesas, podríamos sacar la conclusión de que el doctor apenas se diferenciaba de todos aquellos que jaleaban el espectáculo de fenómenos, o al propio dueño del Hombre Elefante. Nada más lejos de la realidad. Pocas líneas más adelante quedan patentes los sentimientos que ya mostraba hacia su persona:
No fue hasta que llegué a saber que Merrick era muy inteligente, que poseía una sensibilidad aguda y, lo peor de todo, una imaginación romántica, cuando me di cuenta de la tragedia abrumadora de su vida”.
No deja de sorprenderme ese «lo peor de todo». Porque Treves deseaba, de alguna manera, que no hubiera nada en el interior de todos esos males que atacaban el cuerpo maltrecho del muchacho. Porque, ¿quién soportaría tal maldición y condena, poseyendo algo de inteligencia y humanidad? Pero el doctor era consciente de que Merrick tenía todo eso y mucho más, y era algo esperanzador, pero a su vez, muy desalentador.
CONVERSANDO CON JOSEPH MERRICK
Treves entonces admite que el muchacho es muy inteligente y que sabe leer. En la película hay una escena en la que el doctor, en aras de lograr que su paciente permanezca en el hospital, lleva al señor Carr Gomm a que conozca a Merrick. Allí intenta comunicarse con él sin éxito. Cuando decide marcharse, ambos escuchan tras la puerta al Hombre Elefante recitar el Salmo 23. Es en ese instante cuando dice que ese salmo es su favorito y le confiesa a Treves que no habló antes por miedo.
En su relato podemos leer lo siguiente:
Muy pronto aprendí su forma de hablar y pudimos charlar sin reservas. Esto le proporcionó una gran satisfacción ya que, curiosamente, le apasionaba conversar, pero durante toda su vida no había tenido con quien hacerlo”.
La dificultad a la hora de expresarse pudo provocar, años más tarde, que el propio Treves anotara mal su nombre, mencionándolo como John en lugar de Joseph.
Treves también destaca:
(…) el deleite de su vida eran las novelas, especialmente las novelas de amor. Estas historias eran muy reales para él (…) hasta el punto que me las contaba como acontecimientos en las vidas de personas que habían existido”.
En relación con este apartado, en la película tiene lugar la aparición de la actriz Madge Kendal, de la que hablaremos un poco más adelante, y que tiene un papel fundamental en la vida de Joseph Merrick.
CLASES SOCIALES
En la película, Lynch trata dos sociedades bien diferenciadas, aunque con matices. La aristocracia tiene personas resplandecientes que, aunque Merrick les provoca ciertos temores iniciales, con el tiempo le ayudan y se convierte en uno más. Pero esta aristocracia posee también personas que, tal y como se dice en una escena, se relacionan con el Hombre Elefante para contárselo a sus amistades, para presumir, y no eluden en ningún momento el asco o la repulsión que les pueda producir.
Me parece interesante y curioso cómo, normalmente, se suele tratar a la aristocracia como la villana de la sociedad, y a la gente del pueblo llano como los héroes, pero aquí quedan bien retratados, dejando a un lado los matices que acabo de comentar, claro. No se puede generalizar, porque si no caeríamos en una trampa.
Pero alguien no solo puede carecer de humanidad, sino mantenerla incorrupta ante cualquier problema que surja, por duro que sea. Merrick fue un ejemplo absoluto de ello:
Pasó por el fuego y salió ileso. Sus problemas lo habían ennoblecido”.
Más allá de acumular ira, rabia o acabar envenenado con cada embestida, la vida de Joseph Merrick no parecía tener cabida para todo aquello y lo eludió, convirtiéndolo en una suerte de remos para avanzar y convertirse, sin quererlo, en un ser de pura bondad.
Su inocencia le hacía preguntar a los demás cuándo tendría que marcharse, seguir viajando de un lugar a otro. Le era difícil ser consciente de que, el lugar donde estaba, era suyo para siempre:
No podía librar su mente de la ansiedad que lo había perseguido durante tantos años, «¿A dónde me llevarán ahora?»”.
NO MIRES A LOS OJOS DE LA GENTE
LOS TERRORES DE JOSEPH MERRICK
En el interior del hospital todos debían acostumbrarse a su nuevo inquilino, incluido el propio Merrick. Durante su estancia en el ático todo se hizo más difícil. El doctor Treves cuenta una anécdota, que involucra a una enfermera que debía llevarle comida al Hombre Elefante, y la cual no fue informada debidamente. En la película podemos ver esta escena tal y como es narrada:
Durante su primer ingreso en el hospital ocurrió un desafortunado incidente (…) Cuando entró en la habitación, vio en la cama, apoyada en almohadas blancas, una figura monstruosa tan horrenda como un ídolo indio. De inmediato dejó caer la bandeja que llevaba y, chillando, huyó por la puerta».
Otro momento delicado y terrible es la escena del asalto a la habitación de Merrick por parte de una banda de desaprensivos. Todo promovido por un vigilante nocturno del hospital, que ganaba algo de dinero a cambio de que sus clientes pudieran ver al Hombre Elefante. Treves destaca “su temor a sus semejantes, su miedo a los ojos de la gente, el pavor de estar siempre alerta, el latigazo de los crueles murmullos de la multitud”.
NO SOY UN ANIMAL. SOY UN SER HUMANO
Posiblemente uno de los momentos cumbre, por el que la película es recordada, es la llegada de Merrick a la estación de tren y lo que allí tiene lugar. Destacar que esta situación no la vive Treves en primera persona, y es por eso que, la forma en que está narrado este pasaje no vivido en el libro, es prueba de la empatía absoluta que sentía por el joven:
Una turba ansiosa lo habría acosado mientras pasaba el largo trecho del muelle. Correrían para echarle un vistazo, levantarían los pliegues de la capa para mirar su cuerpo. Él trataría de esconderse”.
Su preocupación por él era más que evidente, imaginando qué le podría ocurrir, vagando en solitario entre los pasajeros.
Y en una escena angustiosa, donde es perseguido por niños y adultos, Merrick se oculta en un aseo y suelta un alarido al verse acorralado. Todo el mundo se detiene, guarda silencio y espera acontecimientos. Entonces, el Hombre Elefante revela al mundo su condición:
Yo no soy un monstruo, no soy un animal. ¡Soy un ser humano! ¡Soy un hombre!”.
LA IMAGINACIÓN DE UN MUCHACHO
En la vida de Joseph Merrick tenían cabida varias aficiones. Una de ellas eran la de crear miniaturas de madera. En la película podemos ver cómo construye la de una catedral real, y de la que únicamente puede ver asomar, desde su ventana, la cúspide de uno de sus campanarios. Aquí me parece apreciar una metáfora de él mismo, de lo que deben imaginar los demás al verle, su interior, tal y como tiene que hacer él con la catedral que intenta construir, y de la que solamente ve un pedazo del total.
Otro aspecto de Merrick, como ya hemos comentado, era su romanticismo y su forma de vivir el presente:
Merrick seguía siendo en muchos aspectos un simple muchacho. Tenía toda la inventiva y la imaginación de un niño o una niña”.
En una escena, dándole la bienvenida oficial a su estancia permanente en el hospital, deciden regalarle un neceser. Es un momento realmente hermoso, y es algo que le emociona sobremanera.
Al poco descubrimos a un Merrick con bastón, trajeado, fantaseando por su habitación con ser un señor de la aristocracia: “No obstante, el neceser era un símbolo de su fantasía real y del extravagante Don Juan sobre el que había leído”. Pero si había algo entre lo que anhelaba conocer, que deseaba con todas sus fuerzas, era ir al teatro. Antes mencionamos el nombre de Madge Kendal. Bien, ha llegado el momento de conocerla.
A PROPÓSITO DE MADGE KENDAL
ROMEO Y JULIETA
Tiempo antes de ayudarle a cumplir uno de sus deseos, Kendal supo de la vida de Joseph Merrick a través de su marido, que había visitado al doctor Treves. Le habló de él y de su aspecto, además de la posibilidad de no poder quedarse en el hospital. Kendal le preguntó si “no le permitirían que permaneciera en el hospital si se recaudara dinero para pagar su sustento”. Entonces, se puso en marcha hasta reunir lo suficiente para conseguirlo.
En una ocasión, Kendal supo del deseo de Merrick de “aprender el trabajo de cestero”. Dice que “cuando organicé todo para que le enseñaran, me envió la primera canasta que fabricó”. La actriz llegó a cartearse con él, le envió fotografías suyas, e incluso, le hizo llegar uno de los primeros gramófonos, que funcionaba a mano, para generar en él más interés por la música.
Al principio del artículo comentamos el momento de la película en que ambos se reúnen para recitar un diálogo de Romeo y Julieta. Pues bien, por desgracia eso nunca llegó a ocurrir. Pero lo más curioso del asunto es que jamás llegaron a conocerse en persona. Esta oportunidad únicamente existió gracias a la ficción creada por Lynch.
UN DÍA EN EL TEATRO
Más arriba hablábamos de la sociedad y del papel tan importante que supuso en la vida de Merrick. Por su apoyo económico, sin apenas saber quién era, su contribución a querer saber de él, conocerle, aprender con él. Porque, aunque fuese una clase pudiente, podría perfectamente haber mirado hacia otro lado y obviar su existencia. Pero, por suerte para él, no fue así.
Dijimos también que uno de los sueños más acuciantes en la vida de Joseph Merrick era el de ir a ver una obra de teatro. Sin embargo, la mera presencia del Hombre Elefante habría provocado una atracción de miradas ajenas que no le interesaba a nadie, por no mencionar una posible histeria colectiva y el pánico generalizado.
Y es aquí cuando la señora Madge Kendal entró en escena. Según Treves:
(…) llegó a los acuerdos necesarios con los arrendatarios del teatro. Consiguieron un palco, trasladaron a Merrick en un carruaje con las persianas cerradas y le permitieron usar la entrada real para llegar al palco por una escalera privada”.
Al parecer, aquella visita le emocionó en extremo. Tanto fue así, que varias semanas después todavía preguntaba qué habría sido de este o aquel personaje de la obra. Si habría logrado escapar de tal apuro, o si consiguió vencer en aquel combate en el que estaba inmerso. Como si existieran en la realidad. Sin duda, fruto de una mente romántica e imaginativa donde las hubiera.
LOS ÚLTIMOS SUEÑOS DE JOSEPH MERRICK
LA FELICIDAD
En un momento dado, Treves dice de Merrick que “era ahora una de las criaturas más dichosas con las que me he encontrado. Más de una vez me dijo: «estoy feliz cada hora del día»”. Su felicidad la expresaba, en algunas ocasiones, golpeando la almohada de forma acompasada, al son de una melodía que ni siquiera podía silbar.
Otra de las partes del relato, que nunca apareció en la película, fue su anhelo de ver mundo, abandonar durante un tiempo el gris de la ciudad. En esta ocasión fue otra mujer, lady Knightley, la que “le ofreció a Merrick unas vacaciones en su casa de campo”. A su llegada le ocurrió algo parecido a lo sucedido con la enfermera que no fue avisada. Entonces, se repitieron los acontecimientos.
Treves menciona que “pasó en este retiro los momentos más felices que había experimentado hasta entonces”. Merrick se encontraba rodeado de bosque, campos, y todo era paz y tranquilidad a su alrededor. Y a su regreso a casa, siempre lo hacía con una sonrisa, sabiendo que volvía a un lugar donde le apreciaban.
Una escena que me emocionó mucho, y que no tuvo lugar en realidad, fue cuando Treves le presentó a su esposa. El momento en que le ofrece la mano, le saluda y el muchacho llora, diciendo que no estaba acostumbrado a ser tratado tan bien por una mujer tan hermosa, algo que se acerca mucho a lo que pudo suceder con una amiga del propio Treves.
LOS BRAZOS DE MORFEO
En una de las paredes de la habitación de Merrick, durante la película, podemos apreciar un cuadro. En él, la figura de un niño duerme plácidamente en su cama, arropado hasta el cuello, con la cabeza apoyada en la almohada. Un gesto tan sencillo, tan cotidiano, que él no podía realizar a riesgo de fallecer, debido a que el tamaño de su cabeza le impedía dormir acostado:
Se sentaba en la cama, apoyando la espalda en varias almohadas, levantaba las rodillas y rodeaba sus piernas con los brazos, mientras descansaba su cabeza sobre las rodillas flexionadas”.
Bajo el amparo de la bella y desgarradora melodía del Adagio para cuerdas de Samuel Barber, vemos a un Merrick sereno, tranquilo, retirando todos y cada uno de los almohadones de su cama. Vigilado de cerca por la miniatura de la catedral, junto a la ventana, se acuesta y echa un último vistazo a ese niño del cuadro de su habitación, que duerme plácidamente como, en unos minutos, lo hará él.
Un día de abril de 1890, la vida de Joseph Merrick se apaga cuando es encontrado muerto en su cama. Al parecer, en alguna ocasión le comentó al doctor su deseo de poder dormir “como las demás personas”. De ser así supongo que, durante unos segundos, y habiendo cumplido casi todos sus deseos, quizá decidió llevar a cabo el último. Treves escribe, no sin cierta rabia en sus palabras:
Su muerte se debió al anhelo que había dominado su vida: el patético y desesperado deseo de ser «igual que las demás personas»”.
Con su desaparición, Carr Gomm escribió al periódico The Times una última carta para contarles lo sucedido. Ese mismo día, en un artículo, el propio medio complementó la información del fallecimiento del Hombre Elefante.
LA VIDA DE JOSEPH MERRICK
Después de haber leído la edición que tengo en mis manos, creo que David Lynch realizó un trabajo maravilloso y supo trasladar los sentimientos del relato de Treves a la pantalla. De hecho, la idea de rodar en blanco y negro me parece uno de sus mayores aciertos a la hora de narrar la historia.
Frederick Treves describe mucho, pero no convierte en tedio aquello que plasma. Parece ir más allá de unas simples características, de la mención de un color o una localización. El enorme abanico de detalles es formidable, dejando al director todo preparado únicamente para seleccionar y coger la cámara. Y, si bien es cierto que modifica cosas por el camino, pienso que crea otras fuera del relato que aportan un punto de vista más amplio de sus protagonistas.
La vida de Joseph Merrick es triste, melancólica, pero a su vez, es una de las más esperanzadoras y hermosas que he tenido la oportunidad de conocer. Un muchacho con todo en su contra, en un mundo que no le apreciaba, y peor aún, le detestaba. Y he aquí que sus particulares problemas médicos le hicieron posible poder alcanzar sus mayores deseos. Unos deseos tan fabulosos, tan gigantescos, tan inalcanzables, como poder ir al teatro, caminar a sus anchas sin ser observado o poder dormir como las demás personas.
Espero que te haya gustado este artículo, donde hemos tratado de profundizar un poco más entre el libro y la película de El Hombre Elefante. Si crees que le puede interesar a alguien, por favor, compártelo. O si te apetece, no dudes en lanzarme tus sugerencias o recomendaciones aquí. Estaré muy atento a tus comentarios. Muchas gracias y hasta la próxima.
BIBLIOGRAFÍA
Treves, F. (1923). El hombre elefante. (D. Francisco, Trad.) Zaragoza: Pregunta Ediciones (2019).
MÁS INFORMACIÓN
SOBRE EL LIBRO
- Título: El hombre elefante
- Autor: Frederick Treves / Traducción: David Francisco
- Año 2019
- Editorial: Pregunta Ediciones
- Idioma: Español e inglés
- Precio: 9,95 € PVP
SOBRE LA PELÍCULA
- Título: El hombre elefante
- Dirección: David Lynch
- Elenco: John Hurt, Anthony Hopkins, Anne Bancroft
- Año: 1980
- Duración: 2h 4min
- País: Estados Unidos
- Precio: En torno a los 10-12 €, dependiendo del formato. Disponible también en alquiler en diferentes plataformas.
ENLACES DE INTERÉS
DEL LIBRO
– Dónde adquirir el libro en español.
– The elephant man and other reminiscences (en inglés).
DE LA PELÍCULA
– Alquiler en Filmin.
– Alquiler en Youtube.
– Entrevista con John Hurt y Christopher Tucker sobre el maquillaje y la creación del Hombre Elefante (en inglés con subtítulos en español de Youtube)
– Información en Filmaffinity.
DE LA MÚSICA
– Adagio para cuerdas de Samuel Barber.
– Banda sonora completa (lista de reproducción).